Despues de varios viajes de vacaciones al sur de Brasil, mi quinto viaje en bus a Brasil, fue a Sao Paulo. Fue mi primer “IRSE” a vivir afuera y fue a los 19 años, Se suponía que debería de tardar 36 hs desde Buenos Aires a Sao Paulo, pero el viaje terminó siendo increíblemente de 48 hs y 30 minutos. Si, fueron dos días arriba de un bus con un asiento que se reclinaba aproximadamente 3 centímetros hacia atrás.
Salimos de Buenos Aires, durante las primeras horas el viaje se desarrolló con normalidad. Cuando llegamos a la aduana Brasilera comenzó el calvario. Colas de dos horas esperando para hacer migraciones en el medio de la calle, gente gritando, la policía pasando con los perros que te olfateaban y como broche final una persona menos en el micro, ya que uno de los pasajeros estaba buscado por tráfico de drogas y por tal, fue retenido en la frontera. En fin, el del asiento 14 pasillo, iba a viajar mas cómodo.
Seguimos viaje hacia las primeras ciudades del sur de Brasil y en una de ellas el micro, al salir de esas típicas paradas en bares de ruta, no arrancó. Tuvimos que esperar otras dos horas y media en un taller mecánico. Finalmente seguimos viaje.
En este tipo de viajes al estar tantas horas dentro de un mismo lugar y con la misma gente, comienzan a ocurrir cosas curiosas como que el discman no tiene más pilas, te cansas de leer o terminas el libro que te habías llevado, no podes dormir e incluso te hartas de mirar por la ventana (Si es que no te tocó pasillo). El baño no es una escapatoria ya que se pueden imaginar lo que comienza a ocurrir con el insigne toilet y sus olores luego de más de 12 hs y alrededor de 50 personas utilizándolo. Es ahí donde comienza la que yo llamo LA COMUNIDAD DEL BUS ETERNO. Entablas conversación con diferentes personas en distintas partes del bus. Conoces historias, infidelidades, anécdotas de un futbolista del interior. Ya ubicas quién es el que trae la marihuana, cuál es la señora que llora porque extraña a su familia, el nene que grita o habla todo el tiempo de series animadas y así miles de cosas… incluso hay quienes vendes artesanías en el viaje.
Seguíamos nuestro rumbo. Para los que no conocen las dimensiones de Brasil les comento que es uno de los cinco países con más territorio del mundo, por lo cual las distancias no son cortas. Fue así que en un momento en el que todo parecía volver a la normalidad, comencé a sentir un calor inusual. Al margen de los 35 grados que hacia fuera del micro no había estado, hasta ese momento, tan caluroso. El calor fue cada vez mayor hasta que ya el sudor y el brillo en la piel de los integrantes de este inolvidable viaje era evidente. Los ánimos comenzaron a irritarse. En mi humilde opinión en aquel momento el aire no estaba funcionando bien o realmente no estaba funcionando en absoluto. Fui el segundo en pararme e ir hasta adelante a hablar con el chofer: “Maestro, no podrías volver a prender el aire, por que nos estamos muriendo acá atrás”, le dije amablemente a lo cual el respondió: ”Si eu ligo o ar, da aqui a pouco tamos parados na Estrada” Ósea, si prendía el aire nos quedábamos. La que nos faltaba!
Viajamos sin aire más de seis horas. Fue para mi el momento más difícil y en donde creo sobrepase mis límites de resistencia. Para colmo el bus se saltó una parada en un bar -se suponía que paraba cada seis horas pero por el atraso que llevábamos estuvimos 12 horas sin bajar- Ya había pasado más de un día arriba del bus.
Al otro día amanecí con la remera toda sudada, con gritos de una nena cuya madre se había desmayado. “Se desmayo mi mamá por favor paren!” pedía auxilio mientras golpeaba la puerta de la cabina del chofer. Me paré, miré, me senté y dije, (muy egoísta si quieren) “Listo, otras 2 horas parados.” Perdimos una hora y media más esperando en una clínica de pueblo para que revisen a la señora por que el chofer no quería arriesgarse a que se muera la vieja arriba del bondi. Cuando la señora retomó la conciencia quería seguir el viaje a toda costa. Volvimos a tomar rumbo y milagrosamente el aire comenzó a funcionar de nuevo. Me acuerdo que cuando nos cayó la primera brisita por la abertura del aire el pasajero del asiento 27 (pasillo) y yo levantamos las manos como si hubiéramos ganado una maratón. Nos sentíamos en un All Inclusive.
Rio Grande do Sul, Porto Alegre y Santa Catarina habían quedado atrás. Me dormía, me despertaba, hablaba, pensaba, me dormía de nuevo. Hicimos dos paradas en la ruta. En una vi a un pasajero pegándose una ducha con el agua de la pileta de donde te lavas las manos; el chabón en bóxer metiéndole al jabón y axilas. Tranquilo, sin problemas, disfrutándolo inclusive. No tengo palabras, me tenté de la risa me acuerdo.
Después de varias horas de viaje por fin entramos al estado de Sao Paulo. Iban aproximadamente 40 horas de viaje. Creo que llega un momento que uno pierde la noción, es como que la vida de uno es ahí adentro y ese es su vecindario, su gente, su olor, su clima, su “MICROmundo” podríamos decir. Y aquí es donde recuerdo la respuesta de un amigo, cuando le pregunte como se estaba preparando para el mismo viaje, un anio despues, ya que me venia a visitar y me dijo algo que me quedó grabado por que es una gran verdad: “Man, tenes que subirte al micro (Bus) pensando que nunca más te vas a bajar, cuando llegues a tu asiento, tenes que sentir que esa va a ser tu casa, tu lugar, y sentir que ahora vos vivís ahí. Vas a ver como el viaje se acorta y llegas rápido”. Sabias palabras. Les puedo asegurar que sirve.
Ya casi llegando a Sao Paulo, en las afueras, se siente una explosión y el bus que se iba a la banquina reduciendo la velocidad. “Naaaaaaaaaaaaaaaa, no puede ser!!” pensé y nos miramos con el compañero de asiento y nos reíamos a carcajadas. Tal vez para no llorar. Se había pinchado una goma y justo era una con la que el micro no podía seguir. Otra vez demorados, ahora en el medio de la ruta y de madrugada. Todos los pasajeros tuvieron que descender del Bus (porque si lo llegaban a chocar el conductor no quería que estemos adentro) y ahí nomás, como una gran comunidad, hicimos camping en el pasto esperando que vengan el bus de auxilio. Lo bueno fue lo que ocurrió en el medio de nuestra estadía en esta especie de proyecto Blair Witch en la oscuridad de la ruta. Resulta que a una abuela se le ocurrió acercarse mucho a la ruta, y si, tenia que pasar, un auto le paso zumbando y tocando bocina, lo que yo no les puedo explicar es la expresión de la cara de la viejita cuando pasó caminando por al lado mío después de ver su vida casi irse con aquel carro, fue como que hubiera visto al Diablo en tanga.
Luego de este ultimo paraje y de arreglar la goma comenzamos la entrada a la ciudad. Era como llegar a la tierra prometida.. El olor del baño apestaba incluso sin que se abriera la puerta, si se abría la puerta había que evacuar. Dos nenes corrían por el pasillo del bondi a los gritos, mi compañero de asiento se había bajado en Osasco, un pueblo del interior de Sao Paulo. Aunque no lo crean antes de llegar a la Rodoviaria (terminal de bus) de Sao Paulo paramos en aproximadamente 6 o 7 pueblos de las afueras. Fue insufrible.
Les comentaba de mi compañero de asiento porque cuando se bajó subió una señora que se ubicó en el asiento adelante mío que también había quedado liberado. Tendría unos 60 y pico de años, creo que me dijo que iba hasta Sao Caetano. Cuando me dispongo a dormirme, o intentarlo, dicha señora se me acerca y me dice: “Desculpe meu filho poderia, deixar o meu passarinho na sua poltrona ai do lado de voce, por que nao tem lugar aqui…” mientras levantaba una jaula de pájaro. Sí señores, así fue como viajé casi la ultima hora con un pájaro cantando al lado mío. Hasta la insigne rodoviaria TIETE. De no creer.
Sólo puedo decirles que cuando llegué mi reloj marcaba casi 48 hs y media de viaje. El bus había llegado y la gente no se movía, creo que todos pensábamos que no nos íbamos a bajar nunca más. Cuando asomé la cabeza por la ventana divisé una reja, como una especie de alambrado y mucha gente que esperaba atrás gritando para hacerse reconocer por algún pasajero de los buses que llegaban. Era como una cárcel o ciudad en cuarentena, donde había epidemia y todos estaban rogando a los gritos ser evacuados. Realmente no sé cómo explicarlo pero mi amigo, quien hizo el mismo viaje, no me deja mentir.
Me bajé del bus, agarré mi bolso y mi mochila y divisé una columna. Me acerqué y me deje caer. Había llegado. No buscaba a la persona que me tenía que recoger, simplemente estaba en un estado de shock. Descansé un rato y finalmente me propuse encontrar a quien venia a buscarme. Al verlo y luego de saludarnos su primera y cordial pregunta claramente fue acerca de qué quería hacer yo ese día y lo único que pude responder fue: “Lo que quieras, vamos donde quieras, por donde quieras, como vos digas, pero solo una cosa….vamos en auto o en taxi, no me quiero volver a subir a un bus por lo menos por un mes”.
Así culminó mi eterno viaje. Fue increíble, descomunal y eterno, pero hoy lo recuerdo como se los cuento, como una de las tantas anécdotas que fui viviendo a lo largo de mi vida. Espero que la hayan disfrutado o les haya recordado alguna aventura propia. Y, como siempre digo, jamás dejen de viajar, no se olviden que “LA VIDA ES UN VIAJE”
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